Co-publicada en cuatro idiomas por el Departamento de Teoría de los Lenguajes y Ciencias de la Comunicación (Universitat de València. Estudi General, UVEG) & The Global Studies Institute de l’Université de Genève. ISSN: 2174-8454 / e-ISSN: 2340-115X. Contacto: info@eu-topias.org / eu-topias@uv.es / eu-topias@unige.ch
Aunque muchos insistan en creer lo contrario, nunca han existido los significados universales, válidos para todo tiempo y lugar. Como afirmó en su día el físico Werner Heisenberg, al formular su conocida “teoría de la indeterminación”, es la presencia de un observador la que determina el sentido de una experiencia. Si esa experiencia se verbaliza –y es ya moneda común asumirlo en la Filosofía del siglo XX, desde posturas tan dispares como las que representan Martin Heidegger, Ludwig Wittgenstein o Hans Georg Gadamer–, lo que resulta de dicha verbalización no es una objetividad material, sino una construcción de la experiencia hecha lenguaje. Por eso la paz que aparece en el título Guerra y paz de Tolstoi tiene un sentido que no coincide con el que le otorga quien utiliza el término para definir una suerte de karma interior o con el que en un texto de Baquílides de Céos intentaba describir un período tan alejado de las batallas campales que hasta las lanzas de madera habrían florecido. Que quienes dedican su tiempo y su energía al trabajo de la traducción tropiecen, en pleno siglo XXI con problemas similares a los que preocupaban a los clásicos de la Antigüedad no es, pues, una rareza, sino la constatación del carácter no universal del lenguaje. Nunca hubo un antes, ni un afuera de Babel.
El presente volumen de EU-topías aborda esta cuestión intentando ir más allá del estricto territorio de la lengua. En efecto, dar cuenta de las múltiples y difusas fronteras que unen y separan a la vez lo que distintos grupos y comunidades humanas utilizan para explicar y entender su relación con el mundo no es un simple problema lingüístico, sino también político, ideológico y, más abiertamente, de índole cultural. En ese sentido, los trabajos que estudian la actualidad del pensamiento rousseauniano en lo que respecta a la noción de Europa, los diferentes modos de explicar y/o entender la crisis que atraviesa nuestras actuales sociedades occidentales o las formas en que ciertas literaturas emergentes cuestionan, al reconstruirlas, las nociones tradicionales de identidad nacional no se alejan demasiado de aquellos que conforman el dossier concreto sobre la experiencia del traducir. En todos los casos se trata de asumir que los intercambios comunicativos, en todos los campos del saber, pero también, en la vida cotidiana, se articulan en torno a una necesaria y constante «negociación». El actual mundo globalizado impone en todos los órdenes de la vida diaria la aceptación de una pluralidad imprescindible para que el intercambio y la convivencia no estén abocados al desastre. Dejarse contaminar por un vocabulario, una sintaxis y un sistema cultural ajeno deja de ser, por razones obvias, un tabú o una opción personal, para convertirse en un instrumento de supervivencia.
No existen las verdades eternas, ni los universales con que solemos reconducir todo lo que resulta extraño e incomprensible para el tranquilizador esquema de nuestras costumbres –muchas veces mediante la violencia– hacia lo que nos es conocido y nos reconforta porque devuelve nuestra propia imagen como un espejo. Si se trata de aceptar la diversidad irreductible de lo real, la multiplicidad de otros mundos que, como afirmaba Paul Éluard, siempre están en éste, habrá que acostumbrarse a negociar nuestros deseos y a dialogar con lo desconocido, asumiendo que con esa palabra no definimos nada misterioso, sino simplemente aquello no conocido aún.