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Rincones de postales. Turismo y hospitalidad / Elena de Diego

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Rincones de postales. Turismo y hospitalidad, Elena de Diego, Madrid, Cátedra, 2014, 217 págs.

A día de hoy nadie puede negar que el fenómeno del turismo se ha convertido en una de las actividades que definen la contemporaneidad, de hecho, su práctica se ha desarrollado de forma exponencial durante las últimas décadas merced a la democratización que ha experimentado el hecho de viajar. Gracias a ella, los turistas han dejado de percibirse como los personajes singulares y pintorescos que ocasional y estacionalmente se avistaban en ciudades, costas y demás parajes naturales para transformarse en un flujo continuado y omnipresente de visitantes que, según lugares, pueden llegar a constituir auténticas masas en las que la individualidad queda diluida. Paralelamente, cualquier lugar, por pequeño y recóndito que sea, lucha por obtener el marchamo de destino turístico propiciando contenidos para una larga lista de opciones de viaje destinada a satisfacer la alta demanda existente. En este panorama, son los grandes destinos tradicionales los que mejor asentados están en el imaginario de los viajeros potenciales y, por lo mismo, son los que van a sufrir en mayor medida la irrupción del turista masivo que incansable e insaciablemente los transita y los devora con sus cámaras, en una dinámica donde lo que parece importante para el visitante no es tanto disfrutar la emoción por lo descubierto y observado, como acumular imágenes que certifiquen su experiencia viajera.

Desde la constatación de esta realidad parte Estrella de Diego para elaborar las reflexiones contenidas en el libro Rincones de postales, cuyo subtítulo Turismo y hospitalidad contrapone dos conceptos esenciales para construir el andamiaje con el que la autora sostendrá su tesis principal. Que el turismo masivo ha cambiado no solo los códigos en el sistema de representación, sino la forma de acercarnos al mundo y, en consecuencia, la de mirar y percibir la realidad parece algo incuestionable. Y es precisamente allí, en el ámbito visual, que es el territorio turístico por excelencia, donde de Diego percibe una contradicción esencial, la que se da entre el ver y el mirar, un binomio que contrasta con el que forman los conceptos de viajero y turista. Con esos cuatro términos la autora compone el marco principal sobre el que irá articulando las ideas centrales que maneja en su trabajo.

Estructurado el texto en seis apartados, de Diego comienza planteando una reflexión de peso al afirmar que, en sentido estricto, para la persona que viaja en nuestros días no resulta fácil sentirse y comportarse como el viajero tradicional, que solía moverse en solitario y sin tener del todo la vuelta asegurada. Dicho viajero vivía su experiencia como una búsqueda de conocimiento y un acercamiento a lo desconocido capaz de producirle un vértigo emocional que acababa transformándolo y contaminándolo hasta convertirlo en un ser nuevo. Actualmente, convertido el viaje en una moneda de cambio corriente, aquel viajero de tiempos pasados se ha transformado en un turista cuyo modus operandi durante el periplo le viene dado, y ajustado hasta el mínimo detalle, por expertos encargados en saciar su curiosidad, en buena medida determinada por la última tendencia en modalidades y destinos turísticos. Así se ha producido una banalización de la experiencia viajera capaz de anular en gran parte las emociones inherentes al hecho tradicional de viajar y la relación de interculturalidad y hasta de hospitalidad que propiciaba. Esta circunstancia ha echado por tierra buena parte de las optimistas previsiones que la posmodernidad había elaborado en relación con el turismo, al que veía como un agente eficaz de intercambio cultural y de interacción positiva entre las diferentes regiones del mundo.

Poniendo en evidencia los errores de tal concepción, la autora analiza el boyante auge alcanzado por la industria turística, siempre a la caza y captura de nuevos segmentos de público para demostrar cómo, en esa dinámica industrial tan hábilmente construida, el individuo que emprende un viaje se encuentra sumergido en una vorágine que no puede controlar y queda atrapado en una realidad que no es más que un territorio mecanizado y dirigido a hacerle consumir. Así, tras una experimentación de décadas con las estrategias de organización social del ocio, el sistema capitalista parece haber ideado la fórmula perfecta de la que el fenómeno turístico resulta ser el mejor reflejo. Gracias a ella se han creado unos patrones de ocio donde el turismo queda cualificado como una de las actividades más valoradas, al ser también de las más caras, y donde el viaje es asumido como algo que debe estar pautado con una serie de actividades prefijadas que, por la propia sofisticación de la industria, acaban convirtiéndolo esencialmente en un tiempo de consumo.

Desde una posición muy crítica, Estrella de Diego va desarrollando una estrategia de indagación reflexiva sobre el tema que la ocupa consistente en plantearse una larga retahíla de preguntas en busca de respuestas que no son fáciles de encontrar, pero que, sin embargo, resultan imprescindibles para abordar las derivas que está experimentado el turismo actual, en sus innumerables modalidades. Una de esas cuestiones es capital y hace referencia a los motivos que mueven al turista cuando emprende su periplo. Se trata de saber qué quiere realmente cuando sale de casa y la indagación subsiguiente termina conectando con aspectos psicológicos que llevan a la autora a explorar lo que el viaje representa como factor del que hacer uso para lograr la autoestima frente a los otros, o como promesa de una aventura inolvidable que obliga al viajero a plasmarla en cientos de fotos para constatar su experiencia ante los demás. En gran medida, buena parte de esa aventura está ligada a la búsqueda de la autenticidad en el destino elegido, sin caer en la cuenta de que lo auténtico no es más que una de las muchas falacias que alimenta el ser humano.

Así, revisando los rituales a los que el turista se pliega con júbilo y docilidad, el libro va poniendo en cuestión lo que ellos representan en la actual práctica viajera. En esa totalidad, las guías de viaje ocupan un lugar destacado al convertirse en elemento imprescindible de orientación, pese a que, como señala de Diego, en sí mismas esas guías constituyen otra de las paradojas sustanciales e intrínsecas a la actividad turística, en tanto en cuanto contribuyen activamente a la conformación de los estereotipos y raramente conectan con la realidad del momento que se da en el lugar o espacio sobre el que tratan de informar. En la misma línea, el cine resulta ser otro de los elementos de referencia, como marco idóneo donde se evidencia a la perfección la escenificación de los destinos turísticos, pues en su tratamiento de los diferentes países, ciudades, etc. las imágenes servidas en la pantalla raramente van más allá de enfatizar lo obvio, presentando una realidad a la carta, fragmentada y fuera de contexto.

Un papel algo distinto cumpliría el rito de la compra de objetos recordatorio. Entendidos como eficaces estímulos que dirigen el interés hacia el consumo, los incontables souvenirs desplegados al paso del visitante acaban adquiriendo la categoría de pequeños trofeos, a modo de fragmentos representativos de esa realidad que quedó atrás una vez concluido el viaje, pero de la que el turista se apropia en alguna medida al transportarlos en su maleta. Precisamente en esa ceremonia interminable de consumo, primero de lugares y después de los objetos que los representan, residiría, según la autora, buena parte de la banalidad y la voracidad infinitas características de la contemporaneidad.

Sobre dicha banalidad y la degradación consiguiente de la práctica del viaje trata de alertar Estrella de Diego, y lo hace plagando su texto de reflexiones radicales que desvelan las contradicciones y sinsentidos de la experiencia turística de masas, tal y como se experimenta mayoritariamente en la actualidad. Como ejemplo valga esta muestra: “el mundo se divide entre los que esperan fotografiar el acontecimiento y los que aspiran a vivirlo”. Tan contundentes sentencias suponen una estrategia continuada de llamadas de atención que jalonan el libro para advertir de la futilidad del viaje tal como se practica en nuestros días, mediatizado por una industria turística altamente estandarizada que lo desprovee de su sentido más genuino y lo convierte en algo previsible y mecánico. Por eso mismo, la autora llama al turista a la insumisión, a escaparse y alejarse de los corsés impuestos en su viaje organizado, invitándolo a contaminarse un poco de lo que ve y a practicar un intercambio cultural que la autora entiende como beneficioso para ambas partes, el visitante y el visitado.

Esa es, en definitiva la apuesta del libro, alertar sobre la falacia de la búsqueda de la autenticidad que persigue siempre el que viaja y mostrar que otra forma de viajar es posible, apelando a un turista consciente e inteligente capaz de acercarse al otro y su entorno desde el respeto a la diferencia, un turista dispuesto a ver y no solo a mirar y fotografiar. Defiende así la autora un tipo de viaje alejado de los planteamientos al uso, un viaje surgido de principios éticos y morales, cuyo punto de partida y de llegada es coincidente y se resume en una palabra: hospitalidad, aquella no solo capaz de dar sino de recibir. Parafraseando a Derrida, una hospitalidad entendida en reciprocidad, con la que no solo respetaríamos al otro sino que aceptaríamos ser contaminados por él y estaríamos dispuestos a contaminarlo.

Nos hayamos pues ante un texto complejo y profundo, desde el que su autora, apoyada en una sólida bibliografía, plantea una revisión exhaustiva sobre el hecho turístico como tal –esencialmente el de masas–, entendido a partir de sus variantes y sus fines, de lo que representa para el hombre actual y, sobre todo, de lo que podría ser. Poniendo en evidencia las contradicciones y debilidades de las prácticas mayoritarias, de Diego consigue demostrar hasta qué punto otras formas de viaje son posibles, aquellas donde el turismo sería no solo un instrumento de conocimiento y de disfrute individual, sino un factor de emociones profundas, de integración y entendimiento de culturas.

Antonia del Rey-Reguillo. UVEG