La autotraducción y el difícil encaje de sistemas literarios en contacto
Resumen
Hay múltiples perspectivas a través de las que acercarse a la autotraducción. Una de ellas es la autotraducción en el seno de comunidades y estados en las que convive más de una lengua, la autotraducción intraestatal. El propósito de este artículo es definir este tipo de autotraducciones, establecer las similitudes y diferencias con la autotraducción interestatal, y hacer una aproximación a las motivaciones y consecuencias que se derivan de su práctica, tanto en relación con los sistemas literarios implicados, como con los autores que la practican.
Palabras clave
Autotraducción, autotraducción intraestatal, autotraducción interestatal, literaturas en contacto, sistemas literarios asimétricos.
Autotraducción intraestatal e interestatal: similitudes y diferencias
La clasificación de la autotraducción se puede llevar a cabo a partir de diferentes premisas. Una de ellas tiene que ver con un factor sociohistórico que nos permite establecer una división clara entre dos grandes grupos de autotraductores: los que se autotraducen en el seno de su propio país y los que lo hacen en un país extranjero. Los primeros habitan en sociedades en las que conviven dos lenguas y culturas, y casi inseparablemente, dos sistemas literarios diferenciados y en inevitable competencia directa. Este tipo de autotraducción la podemos denominar autotraducción intraestatal o entre literaturas en contacto. Es el caso de las autotraducciones de las literaturas catalana, vasca y gallega a la castellana en España; de la bretona, occitana, catalana o corsa a la francesa en Francia; de la gaélica o la galesa a la inglesa en el Reino Unido, etc1.
Los segundos, por su parte, son los que han emigrado a otros países y viven en el exilio, ya sea de forma voluntaria o forzada por circunstancias políticas. En estos casos, la adopción de una segunda lengua y cultura no se realiza de un modo «natural», sino que representa un esfuerzo de adaptación, incluso a veces de gratitud, a la sociedad de acogida. Este tipo de autotraducción la podemos denominar autotraducción interestatal o en exilio. Los casos más conocidos y estudiados son los de Samuel Beckett y Vladimir Nabokov, cuya bibliografía es extensa2, pero no cabe olvidar muchísimos otros casos como los autores hispanoamericanos (véase Eymar, 2008), rumanos (véase Pioras, 2003) o griegos (véase Marmaridou, 2005) exiliados en Francia, catalanes exiliados en Hispanoamérica, y un largo etcétera.
No hace falta hacer demasiadas conjeturas previas para ver que se trata de dos fenómenos con condicionantes diferentes, tanto en lo que respecta a su naturaleza como a sus efectos. Por lo tanto, se deberá tener en cuenta la situación concreta en la que se produce cada autotraducción para valorar cómo estas circunstancias pueden influir tanto en el proceso como en el resultado de la autotraducción.
Aunque las circunstancias diferentes entre un tipo de autotraducción y otro sean evidentes, a menudo se han querido magnificar las diferencias entre ellas. Evidentemente, la elección lingüística depende de las circunstancias (Mackey, 1976: 28). En el caso de la traducción intraestatal se da por supuesto el conocimiento per se de las diferentes lenguas que conviven en el territorio en cuestión, y, por lo tanto, su utilización tendría que producirse de forma natural. Por el contrario, en la autotraducción interestatal es la necesidad de la lengua en un territorio ajeno lo que invita a su acercamiento y a su uso literario. La teoría, de todos modos, a veces dista bastante de la realidad y las tensiones son corrientes en situaciones de contacto lingüístico. Es habitual que la asimilación del multilingüismo territorial, siempre fruto de circunstancias históricas, haya comportado la marginación de una lengua anteriormente hegemónica, que se ve obligada a compartir o ceder su espacio natural, si es que se puede hablar en estos términos. Pongamos como ejemplo casos de colonización o de imposición por la fuerza. En estos territorios y en sus habitantes existe un poso más o menos acentuado de rechazo del otro. Este rechazo se intenta combatir con el argumento de que la lengua sobrevenida tiene un mercado exterior mucho más grande, razón suficiente para imponerla y priorizarla, con el consiguiente arrinconamiento de la lengua aborigen.
Por otro lado, en el caso de la traducción interestatal, aunque no cabe olvidar la «necesidad» que se crea automáticamente si con un salto de país se cambia de comunidad lingüística, tampoco cabe olvidar que la admiración intelectual puede ofrecernos ejemplos de este tipo de autotraducción sin la propia «necesidad» expuesta. Es el caso, por ejemplo, del agradecimiento que Josep Carner mostró a México, su país de acogida en sus primeros años en el exilio, con las obras Nabí (1940, 1941) y, sobre todo, Misterio de Quanaxhuata / El ben cofat i l’altre (1943, 1951)3.
Lo que parece claro es que tanto en un caso como en otro la autotraducción, y por consiguiente, la adopción de dos opciones lingüísticas diferenciadas, crea tensión. En primer lugar porque, como apunta Whyte (2002: 69), siempre queda latente la preocupación de que la autotraducción pueda estar borrando sus orígenes: si la autotraducción se realiza hacia una lengua y cultura de más repercusión, con una audiencia más amplia y unos mecanismos expansivos que aniquilan la lengua de partida, y además se vende como si fuera un original del autor, sin tener en cuenta su origen real, la lengua y la cultura de origen pueden caer en la defenestración y en el cajón de los olvidos, contribuyendo así a su desaparición. De un modo similar, podemos considerar que la tensión está originada porque esta autotraducción suele ser fruto de la voluntad de integración en un grupo más numeroso (Parcerisas, 2009: 118), lo que comporta los mismos efectos explicados anteriormente.
Seguramente, la autotraducción ha arraigado más profundamente en el seno de las culturas y lenguas numéricamente más pequeñas que reciben la presión de una cultura y lengua dominante, para hablar en términos de Casanova (2001). Se trata de una cuestión de teórica facilidad en la labor traductológica (sociedades multilingües) y, sobre todo, de mercado: ser leídos y reconocidos. Por otra parte, es en estas mismas culturas en las que también se encuentran las actitudes más beligerantes con la autotraducción, porque a menudo esconde –hasta llegar a borrar por completo– cualquier rastro de la cultura de origen. Es el caso que plantea Whyte (2002) respecto a la literatura gaélica, Agresti (2000) en relación con la occitana o Parcerisas (2007: 117-118) con la galesa.
En la traducción interestatal este hecho no resulta tan evidente y la distancia física establece una barrera psicológica para no concebir la asimilación y la aniquilación cultural como un peligro tan evidente, aunque también estén latentes si la estancia y la opción lingüística se prolongan en el tiempo.
Como hemos mencionado anteriormente, no debemos dejarnos llevar por lo que parecen evidencias y a menudo son tópicos: las diferencias entre un tipo de traducción y otro son notorias, pero no podemos considerar como antagónico todo el proceso autotraductivo. Tanqueiro (1999: 23), por ejemplo, cuando se refiere a la traducción intraestatal –aunque no utiliza este término–, expone que se trata de «un caso especial de la autotraducción, puesto que los autores no sólo son bilingües, sino también biculturales, en el sentido de estar plenamente inmersos en ambas culturas». Sin duda, dicha explicación es cierta, ¿pero no deberá serlo también para cualquier otro tipo de autotraductor si quiere que su tarea sea exitosa? ¿Puede tener sentido escribir o traducirse en una lengua de la que no se conoce perfectamente su cultura?
Molina Romero (2003), por su parte, diferencia entre traducciones translingüísticas y transnacionales. Aunque estamos de acuerdo en que las circunstancias diferencian la traducción interestatal e intraestatal, tal como venimos explicando hasta el momento, no podemos abonar esta diferenciación entre traducciones translingüísticas y transnacionales. La autotraducción interestatal i la intraestatal son tanto una cosa como la otra: son transnacionales porque implican dos naciones, dos culturas, dos maneras de articular las ideas y los pensamientos, aunque no haya ninguna frontera política que las separe; y son translingüísticas porque, como cualquier traducción, implican dos lenguas, bien sean utilizadas en un mismo estado o en dos o más de diferentes.
A pesar de todo, es cierto que las situaciones de contacto de lenguas presentan situaciones de desigualdad mucho mayores que el contacto entre lenguas estatales. Las colonizaciones y todo tipo de imposiciones han tenido como objetivo último –y a veces alcanzado– el genocidio lingüístico y cultural. Es normal, pues, que las reticencias y tensiones sean mayores en estas comunidades, como apunta Grutman (2007: 221).
Una última dicotomía que se debe señalar entre un tipo de autotraducción y otro es la oscilación entre la difusión y la aceptación. Mientras que la principal motivación de la autotraducción intraestatal suele ser la difusión, para llegar a un público más numeroso, seguramente la aceptación como autor propio de la comunidad de acogida sea el motivo más importante de la autotraducción interestatal, sin obviar por ello la difusión, importante en cualquier caso. Esta voluntad de aceptación en la nueva comunidad puede incluso ser un primer paso hacia el uso único de la lengua de acogida, y, por lo tanto, de la asimilación total, como apunta Atzmona (2003). No obstante, se puede ver desde el lado opuesto y remarcar que en este caso la autotraducción puede ser un modo de no perder sus raíces ni su identidad primaria, al mismo tiempo que se intenta ser aceptado como miembro de pleno derecho en la comunidad de acogida.
Parece claro, pues, que, como indica Dasilva (2010: 267), la autotraducción implica totalmente la situación sociolingüística entre las lenguas, del mismo modo que los factores históricos que han provocado dicha situación. Sin lugar a dudas, estas situaciones son más intensas en literaturas de lenguas en contacto, pero no por ello se debe obviar en cualquier tipo de autotraducción.
Dos premisas definitorias de la autotraducción intraestatal: el contacto lingüístico y el mercado literario
De la exposición anterior se deducen dos características definitorias e imprescindibles para la concepción general de la autotraducción intraestatal: el contacto lingüístico y sus correspondientes tensiones y conflictos, y las luchas y condiciones entre mercados literarios asimétricos que comparten un espacio territorial.
El contacto lingüístico
La autotraducción intraestatal se produce en la gran mayoría de casos entre dos lenguas numéricamente asimétricas: la dominante, de mayor extensión territorial y normalmente sobrevenida, y la dominada, la aborigen que queda paulatinamente arrinconada por la presión de la otra. Esta situación provoca evidentes tensiones entre las comunidades lingüísticas y, por consiguiente, en sus escritores. La fuerza desigual de una y otra provocan que, además, la autotraducción intraestatal generalmente se produzca en una única dirección de la lengua dominada hacia la dominante. En estas condiciones, la autotraducción no puede considerarse ni mucho menos como una actividad puramente individual (Dasilva, 2009: 148-149).
Así pues, los casos de autotraducción intraestatal se dan principalmente por el contacto y la (no) convivencia existente entre las lenguas de la misma comunidad. No obstante, este contacto no es motivo suficiente para la autotraducción. La presencia ambiental de dos lenguas en una misma comunidad es una abstracción de la sociolingüística, ya que no puede existir ninguna lengua sin el uso que hacen de ella los miembros (hablantes) de esa comunidad.
De este uso ha surgido la discrepancia sobre la definición de estas situaciones: unos lo hacen en términos de bilingüismo y otros de diglosia. La mayoría de estudios sobre autotraducción tratan estos casos de bilingüismo, aunque sea problemático (Lagarde, 2001: 17). Sin dejar de lado dichas aportaciones, creemos que estas situaciones están más acorde con el concepto diglosia, tal como lo presenta Joan-Lluís Marfany (2008). Marfany (2008: 32) entiende la diglosia «en termes de comportament lingüístic individual», es decir, definida de la misma forma que el bilingüismo, y no solo desde el punto de vista sociolingüístico, como es tradicional, sino también desde el punto de vista psicolingüístico. Por lo tanto, Marfany (2008: 33) caracteriza la diglosia paralelamente al bilingüismo: «l’ús per un mateix individu de l’una o l’altra de dues llengües segons les ocasions. Un grup social diglòssic o bilingüe és un grup social els individus del qual són diglòssics o bilingües. Una societat diglòssica o bilingüe és una societat la majoria dels membres de la qual són diglòssics o bilingües –o ho són la majoria dels membres en disposició de ser-ho». En estos términos, la diglosia es aplicable a los individuos de una comunidad concreta, exactamente igual que el bilingüismo. La diferencia entre ambos conceptos se encuentra en saber si el comportamiento lingüístico de usar una u otra lengua está determinado por la función, «segons una divisió rígidament establerta i universalment, o generalment, acceptada dins el grup social del cas», o si este uso es solamente debido a motivaciones individuales e «irreductibles a cap pauta sociològicament significativa». Por lo tanto, la diglosia es previsible y predictible para cada comunidad, mientras que el bilingüismo no.
A pesar de todo, antes de nada cabe considerar que, como apunta Christian Lagarde (2001: 45), por encima de los motivos políticos, la competencia lingüística del escritor en cada una de las lenguas de la comunidad es el primer condicionante de la elección de la lengua literaria y de su facultad (o no) de autotraducirse.
En estas condiciones ni la elección lingüística ni la autotraducción son opciones neutras. Las connotaciones políticas y sociales que conlleva el uso de una u otra lengua son diferentes: no es lo mismo adoptar el punto de vista del dominante o del dominado, lo que comporta una serie de consecuencias, como claramente expone el escritor gallego Suso de Toro (Rodríguez Vega, 2002b: 3):
Yo deseo la normalidad para mi idioma, que la crítica me atribuya intenciones previas, que la elección de la lengua esté connotada ideológicamente demuestra una situación pervertida.
Francesc Vallverdú (1975: 55-56), del mismo modo que Lagarde (2001), considera que el autor no elige propiamente la lengua literaria, sino que esta elección viene condicionada indefectiblemente por su lengua de uso habitual. De todos modos, según el mismo autor, el hecho de decantarse por una u otra está sujeto a una serie de condicionantes subjetivos (psicológicos, emocionales, etc.,) o subjetivados (sociales, políticos, educacionales, religiosos, etc.,).
Cuando esta elección (o no-elección) comporta que el escritor opte por la lengua dominada es el momento en que las relaciones de poder aparecen en todo su esplendor. Se podría pensar que la autotraducción puede esconder en cierta manera la opción lingüística escogida. No obstante, no es lo habitual. En los autotraductores intraestatales que escriben originalmente en la lengua dominada, la autotraducción a menudo no es un acto voluntario, sino una imposición, en palabras de Whyte (2002: 65), que está motivada por la falta de un público amplio en esta lengua (Eymar, 2008: 297).
La imposición de la autotraducción en este sentido puede suponer al fin y al cabo la marginalización de la propia lengua (Lagarde, 2001: 27). Generalmente se trata de una marginalización no deseada directamente por el autotraductor, pero que viene «impuesta» por las condiciones «ambientales» en las que se desarrolla su actividad.
La autotraducción debe encontrar su encaje en las culturas que forman parte de la comunidad. Rexina Rodríguez Vega (2002a: 46) lo expone a partir del caso del escritor gallego Álvaro Cunqueiro:
Sorprende que en un estado como el español, con una sólida tradición plurilingüe y pluricultural, escritores como Cunqueiro hayan sido tan simplificados, lo que evidencia el aún hoy en día difícil encaje de las literaturas periféricas peninsulares.
Por una parte, la cultura dominante tiene que aceptar e introducir el texto autotraducido dentro de su cultura, es decir, dentro del sistema literario dominante. Esta aceptación no suele ser nunca ni sencilla ni evidente, aunque en el fondo resulte fundamental: de esta posible aceptación depende el éxito o el fracaso de la autotraducción. Suso de Toro (Rodríguez Vega, 2002a: 3) hace aflorar esta problemática en el caso de las literaturas gallega y castellana, pero que es fácilmente asimilable a otras situaciones de traducción intraestatal:
Implícita y, a veces, explícitamente se da por entendido que yo no soy de los suyos, yo no soy un escritor español.
Tenemos previamente asignada una cuota [políticamente correcta para las literaturas peninsulares de expresión no castellana] que normalmente es un autor y si hay suerte son dos, como es el caso de la literatura gallega con Manolo Rivas y conmigo. Hay un juego que no es lógico porque yo creo que el sistema literario debe regirse por criterios estrictamente literarios. Un ciudadano que escribe literatura en una lengua del Estado español es simplemente un escritor como todos los demás.
Si esta aceptación no se produce, se corre el riesgo de quedar marginado –ignorado– en la cultura dominante, e incluso también en la dominada. De este modo, una aparente actitud conciliadora entre las diferentes culturas a través de la traducción puede ponerse completamente del revés; si bien es cierto que la autotraducción podría hacer aumentar la difusión de la obra si fuese aceptada por la cultura dominada, también lo es que, como apunta Lagarde (2001: 49-50), puede favorecer la continuidad en la relación diglósica entre las lenguas y literaturas, y, por lo tanto, favorecer que la lengua dominada continúe en la marginalidad, con el consiguiente rechazo por parte del público de esta última lengua.
La actitud que mantenga el autotraductor respecto a las relaciones de poder que se establecen en este tipo de autotraducciones resulta básica para que esta marginalización se acentúe o se atenúe. El autotraductor, a su manera, puede favorecer la desigualdad entre las culturas si mantiene una posición propiamente minorizante, es decir, si oculta el origen del texto, en una lengua y cultura dominadas, para aumentar las posibilidades de aceptación en la cultura dominante; por el contrario, el autotraductor puede reivindicar, o simplemente mantener explícitos, sus orígenes, con lo que, si consigue ser aceptado en la cultura dominante, favorece la igualación entre lenguas y literaturas.
Como Jane Millar (1982: 128-129) corroboró en su momento, entre los autotraductores se dan este tipo de actitudes confrontadas respecto a las desigualdades de las lenguas y sus sistemas literarios: desde los que entienden la autotraducción simplemente como un instrumento individualista y mercantilista, cuyo objetivo es incluir y diseminar su obra en una lengua dominante sin tener en cuenta si su actitud puede perjudicar a su comunidad lingüística y literaria de origen, hasta los que reivindican abierta y obstinadamente la lengua dominada para que sea más visible y conocida fuera de sus fronteras territoriales, en cuyo caso extremo se encontrarían aquellos autores que, como Whyte (2002) o algunos poetas galeses (Parcerisas, 2007: 117-118), se niegan a autotraducirse precisamente porque la autotraducción invisibilizaría su lengua y cultura original dominada, lo que la convertiría en una lengua y una cultura aún más débil e innecesaria.
El mercado
Evidentemente, el mercado no es un factor que afecte exclusivamente a la autotraducción intraestatal, pero sí que los mercados en posición dominante establecen una serie de requisitos a la publicación de autores de mercados dominados que compiten en un mismo territorio.
La propagación de la obra literaria es una de las características fundamentales que explican la autotraducción. Esta característica se acentúa en la traducción intraestatal, donde la asimetría del público y la repercusión de los sistemas literarios suele ser enorme. Poder llegar a un mayor número de lectores depende de las fluctuaciones y tendencias del mercado editorial, que sin duda también están marcadas por las relaciones de poder entre sus agentes. Dichas relaciones entre lenguas y culturas y sus respectivos sistemas literarios influyen notablemente no solo en la decisión misma de autotraducirse, sino también en la manera de hacerlo y de mostrar el producto resultante.
Francesc Parcerisas (2007: 112-113) enumera las razones históricas y sociolingüísticas que influyen, además de las de carácter estrictamente individual, a la hora de emprender una autotraducción. Parcerisas apunta la prohibición y la censura, la colonización, la sumisión, la asimetría y la ambición de reconocimiento, y la voluntad de invisibilidad del autotraductor. Todas ellas están ligadas directa o indirectamente a los mercados literarios y a la relación entre sus sistemas literarios.
El mercado literario es el factor que muestra más claramente la actitud de cada sistema literario: si se puede traducir, qué obras se traducen, cómo se llevará a cabo la traducción y cómo será presentada. En autotraducción, donde más estrechamente están implicadas las dos literaturas, es donde estas relaciones se hacen más visibles.
Los autotraductores a menudo justifican la autotraducción como un modo de conseguir un número de lectores más amplio –una ambición personal–, lo que inevitablemente provoca que la autotraducción se dé hacia un sistema literario con una buena infraestructura editorial, como corresponde a una lengua dominante. Estos mismos autotraductores defienden que no hacerlo supone una cierta automarginación, ya que no participan directamente en un sistema literario al que podrían tener acceso; su único modo de acceso es ese, si no se quiere estar a expensas de entrar indirectamente a través de la traducción alógrafa, si se da el caso.
Esta argumentación nos lleva a pensar en la idea de Casanova (2002: 14) de que el valor literario de una obra depende de la lengua en que esté escrita y de que la autotraducción es una lucha por la existencia y la visibilidad. Todo ello, no obstante, comporta una actitud literaria diglósica, y prueba de ello es la unidireccionalidad de la autotraducción en la mayoría de casos de traducción intraestatal, tal como se puede comprobar en afirmaciones como las de la escritora catalana Flàvia Company (2002: 43):
Escribo narrativa en catalán y en castellano indistintamente. Sólo traduzco las obras que aparecen originalmente en catalán, pues son las que, por su lengua original, tienen un número de lectores más limitado. Es decir, el viaje de la traducción lo hago sólo en un sentido.
Aunque la voluntad del autotraductor no sea siempre diglósica, la actitud del mercado puede marcar la autotraducción en este sentido. Tal como apunta Grutman (2009: 131), el autotraductor puede ser el iniciador del trasvase lingüístico y cultural a la otra lengua sin depender de un encargo concreto a un traductor alógrafo. Esta ventaja aparente puede ser, en el fondo, una imposición del mercado, es decir, que el mercado solo quiera una obra traducida si lo es por el mismo autor del original. En este caso, la imposición de la autotraducción para acceder al otro sistema literario supone la voluntad manifiesta de presentar la obra autotraducida como un original más del sistema literario receptor, asimilándola a la que se escribe directamente en la lengua de este sistema literario receptor. Este hecho supone, para el público lector de este último sistema literario, la falta de cualquier tipo de reconocimiento de la lengua y cultura originales de la primera versión del texto. Estamos ante una clara sustitución lingüística y cultural, ante un genocidio literario encubierto. Parcerisas (2009: 120-121) lo expone en los términos siguientes:
On voit bien donc que l’invisibilité de l’autotraduction dans des champs littéraires asymétriques peut servir à cacher non seulement l’ordre prioritaire de l’original mais aussi l’asymétrie des champs. L’invisibilité de l’autotraduction pourrait même en arriver à constituer une substitution linguistique totale. En effet dans des cas de forte asymétrie des facteurs tels que le désir de se traduire, les forces du marché et la tentation des repères mondiales peuvent provoquer une traduction qui dévalue l’original au point de l’effacer complètement. Dans ce cas la pratique intime qu’est l’autotraduction, destinée à des communautés de lecteurs distinctes dans des champs littéraires différenciés, vient remplacer de facto l’original, survenant ainsi l’effacement de la dualité et de la différence. S’instaure alors l’unicité réductrice. Et là c’est en termes sociologiques et de réception la traduction en elle-même, constitutive de toute autotraduction, l’élément qui disparaît.
Si el ideal de cualquier traducción es conseguir que las obras traducidas se incorporen a la literatura de llegada como parte de esta, puede parecer que estos casos de autotraducción lo consiguen con creces. Diríamos que van incluso demasiado lejos. Estos casos no se pueden considerar como incorporaciones, sino como imposiciones de una manera determinada de hacer las cosas, que, además, supone la aniquilación total de la lengua y la cultura de partida. No se trata de una aceptación, ya que estas autotraduccions no suelen considerarse nunca como propias del sistema literario dominante, sino de una manera sutil de borrar al competidor.
Así pues, la autotraducción facilita la recepción de la literatura dominada en la literatura dominante, pero con el riesgo de que esta accesibilidad a un mercado numéricamente mayor provoque una invisibilidad y una «innecesidad» de la literatura dominada: ¿por qué se necesita una obra en la lengua dominada, «sin» mercado, si ya existe en la lengua dominante, «con» mercado, a la que incluso los miembros de la comunidad de la lengua dominada pueden acceder?
Xosé Manuel Dasilva (2010: 277-278), cuyas reflexiones se circunscriben al sistema literario gallego, pero que son fácilmente extrapolables a gran parte de sistemas en los que se da la autotraducción intraestatal, es muy claro en este sentido. Apunta que «el centro atrae la periferia» y que existe una «tendencia centrípeta». Estas afirmaciones no deben ser interpretadas en el sentido positivista de la lucha por el centro literario en términos de la teoría del polisistema, es decir, la voluntad de toda forma literaria periférica de convertirse en mayoritaria y, por lo tanto, central. Esta atracción por el centro, al contrario, se trata de una actitud imperialista i de subyugación de la literatura dominante hacia la dominada. Esta actitud se pone de manifiesto en el nulo interés de que la literatura dominante sea traducida a la dominada –la bidireccionalidad– y en la manera como se presenta la literatura dominada: a través de autotraducciones, sin mencionarlo explícitamente, para que parezcan obras escritas originalmente en la lengua dominante con el objetivo de asimilarla.
Dasilva también señala la consecuencia antes comentada de la difuminación del perfil lingüístico y cultural de la lengua original de las autotraducciones. Añade, además, que con esta difuminación la lengua dominante puede convertirse en lengua puente para otras culturas que quieran traducir el texto. De producirse, el lector de esta tercera cultura recibe un texto que percibe como escrito en la lengua dominante. Llegado a este punto, la aniquilación de la lengua y cultura originales es completa.
Consecuencias literarias e identitarias para el autor y el sistema literario dominado
De los apartados anteriores se percibe claramente cómo las situaciones que se dan en un contexto de autotraducción intraestatal son complejas y problemáticas. De ellas se derivan una serie de consecuencias tanto para el autor como para la literatura dominada.
Consecuencias para el autor
A grandes rasgos, existen dos tipos de consecuencias que afectan al autotraductor: una de carácter sociopolítico y otra de carácter estilisticoliterario. En este apartado nos centraremos en las de carácter sociopolítico, pues afectan en mayor medida a la autotraducción intraestatal, mientras que las de carácter estilisticoliterario son prácticamente coincidentes en cualquier tipo de autotraducción.
La repercusión sociopolítica gira en torno de la identidad y del sentimiento de pertenencia a los sistemas literarios del autotraductor. Marmaridou (2005: 338-339) plantea la autotraducción como la demostración de que el autor pertenece a dos culturas diferentes, ya que si no fuera así resultaría imposible que llevase a cabo dicha tarea. La pertenencia a dos culturas no parece ser una circunstancia tan enriquecedora como podría parecer, ya que lleva muchos problemas asociados y puede llegar a vivirse con auténtica inquietud. Es así por la importancia que tiene, también en literatura, la pertenencia nacional (Casanova, 2001: 238). Cada lengua es una patria diferente y resulta imposible tener al mismo tiempo dos patrias diferentes sin tensiones.
Como Eymar (2008: 345), podemos afirmar que el público lector en general es monolingüe y monocultural, y exige la identificación del autor con una sola lengua: la suya. El autotraductor podría querer reivindicar una pertenencia nacional y cultural ambigua, sin decantarse por una u otra. Son los casos en que el autotraductor se imagina un lector modelo en medio de las dos lenguas y culturas; por ejemplo, Youenn Drézen y Ota Filip (Le Dimna, 2005: 33) argumentan que pertenecen a un sistema cultural propio y diferente formado por las dos culturas, sin la posibilidad de excluirse mutuamente. Esta falta de pertenencia explícita les sitúa en tierra de nadie, y lejos de resultar una actitud conciliadora, como pretende ser, a menudo resulta todo lo contrario. Un claro ejemplo de ello es el escritor gallego Alfredo Conde, que en 1999 declaraba (Rojas, 1999): «Soy absolutamente bilingüe y creo que los dos idiomas son míos y estoy orgulloso de los dos. No renuncio a ninguno de ellos». Tres años más tarde describía su decepción por la recepción que había tenido esta actitud (Conde, 2002: 24):
La nueva argumentación añadida pretendió aclarar que no quería renunciar a ninguna de mis dos lenguas, que yo era autónomo en ambas, que en ambas quería expresarme, que las dos eran mías, que me pertenecían. La mía era una actitud que pretendía ser política y conciliadora. No lo fue en absoluto. Ni concilié, ni reconcilié a nadie. Y fue impolítica.
Los sistemas políticos y culturales tanto de partida como de llegada reclaman una fidelidad que el autotraductor, por definición, no puede cumplir. El sistema de origen piensa que el autotraductor es un «traidor», porque, de algún modo, abandona la exclusividad de su lengua y se libra a manos «enemigas». El sistema receptor, por su parte, no entiende por qué el autotraductor no se sumerge completamente en su literatura y continúa escribiendo en otra lengua: el hecho de que no abandone completamente su lengua de origen provoca que la cultura receptora nunca lo llegue a aceptar como miembro de pleno derecho de esta cultura.
El conflicto de la identidad nacional y los sentimientos de traición y pertenencia son especialmente problemáticos para las culturas dominadas, por cuestiones obvias de dimensión y relevancia política y literaria. Las manifestaciones del escritor gallego Suso de Toro (Rodríguez Vega, 2002b: 3) también son clarificadoras en este sentido:
En relación conmigo hay un tema que sale siempre, el tema de la identidad nacional. Yo digo que sólo soy escritor, ni gallego ni castellano, escritor. Ahora bien, soy gallego de nación, por origen y por convicción cívica. El gallego es mi idioma nacional, pero al mismo tiempo el castellano también es un idioma mío, con lo cual podría decir que soy español en sentido amplio, no tendría problema en eso.
Parece que el autotraductor, especialmente el intraestatal, tiene que convivir con una especie de esquizofrenia lingüística y cultural en su interior. El mismo Suso de Toro se ha manifestado en este sentido (Rodríguez Vega, 2002b: 2):
Quien vive, quien tiene una identidad nacional, lingüística, que es única no entiende nada del mundo actual. El mundo actual es un mundo que se caracteriza por la coexistencia de identidades distintas y por la escisión de la persona entre distintas pertenencias.
Al igual que el escritor catalán Lluís Maria Todó (2002: 19):
Sé que en mí habitan muchas voces, y por lo menos una de ellas habla catalán y otra habla castellano. Ambas voces son mías, muy mías, y ambas hablan su propia lengua con soltura y espontaneidad. No pueden decir exactamente lo mismo, porque no hablan el mismo idioma, pero procuro que, cuando me traduzco, ambas digan cosas equivalentes, cada una a su modo, y procuro que sus palabras tiendan a producir un efecto parecido en el lector, que es lo que, en definitiva, cuenta realmente.
Resulta evidente, pues, que debe hacerse una reflexión sobre la autotraducción a partir de las diferentes identidades que conviven en el autotraductor. Una de las maneras de llevarla a cabo es observar como el autotraductor plantea y realiza la traducción, lo que afecta plenamente la vertiente estilisticoliteraria de la autotraducción, que queda fuera del propósito de este artículo.
Consecuencias para la literatura dominada
La autotraducción no solo tiene consecuencias a nivel individual, del autotraductor, sino que también las tiene a nivel colectivo, de la literatura dominada. Como ya ha quedado claro, la decisión de autotraducirse no es una cuestión puramente individual, sino que las circunstancias sociales e históricas influyen decisivamente. Es en función de este contexto que la autotraducción puede provocar una serie de consecuencias en la literatura de origen.
La primera consecuencia es la posible invisibilización de la cultura de partida. Los autotraductores se tienen que doblegar ante una serie de exigencias del sistema literario receptor en lo que respecta tanto al modo de realizar la autotraducción como en la manera de presentarla. La necesidad de aceptar y acatar dichas exigencias está en función de la posición de fuerza o debilidad del sistema literario de origen y del mismo autotraductor. En este sentido, cuanto más débil o dominada sea la posición del sistema literario de origen, y cuanto más desconocido sea el autor, tanta más necesidad tendrá el autotraductor de ceñirse a estas exigencias, porque ni su prestigio ni el de su literatura son suficientemente importantes para imponerse en el mercado de la literatura dominante (López López-Gay, 2008: 395-396).
Estas exigencias se pueden manifestar en el texto autotraducido a partir de la necesidad de adaptarlo al máximo a los cánones de la literatura receptora y, por consiguiente, borrando las marcas que la señalen como parte de otra cultura. Esta forma de actuar puede ser suficiente para formar parte de pleno derecho del sistema literario receptor, como explica Ur Apalategui (2004: 485) respecto al escritor vasco Bernardo Atxaga.
No obstante, y especialmente en la autotraducción intraestatal, esta condición no suele ser suficiente. En este tipo de autotraducción existe la tendencia extendida de ocultar la condición de autotraducción del texto en la cultura receptora. El sistema literario receptor –el mercado editorial– aprovecha la ambigüedad de la posición del autotraductor para acentuar ante el público su condición de autor y borrar la de traductor.
El público receptor acoge mejor las obras originales de su cultura y les da una preeminencia a la hora de tomarlas en consideración. El mercado editorial, que lo sabe perfectamente, lo aprovecha para colocar la autotraducción como un original con el objetivo de «venderla» mejor en su nueva cultura. Esta ocultación del origen de la obra, en contraposición, supone la invisibilización de la cultura de origen y el desconocimiento de la realidad social y cultural real del texto literario en cuestión por parte de la cultura receptora; un empobrecimiento para la cultura receptora, en definitiva.
Esta invisibilización puede llegar al extremo de que, en culturas muy dominadas y diglósicas, el texto original se reciba en la misma cultura original como un simple ejercicio de estilo y que se considere la autotraducción como el verdadero original. Es el caso, por ejemplo, de la literatura occitana (Agresti: 2000: 29-30).
En los casos de ocultación de la condición de autotraducción del texto literario se da la paradoja de que una autotraducción, que es una traducción en la esfera privada, se convierte en un original en la esfera pública por obra y gracia del mercado editorial.
Así pues, la invisibilización de la cultura dominada puede darse tanto a nivel interno del texto –adaptar el texto hasta el punto de que no pueda reconocerse su origen–, como externo –la presentación de la obra como original por parte de la industria editorial de la cultura dominante. Como indica López López-Gay (2010: 288), esta invisibilización se produce en función y proporción de la asimetría entre las culturas implicadas, la voluntad editorial y la conveniencia o voluntad del propio autor. Xosé Manuel Dasilva (2010: 277-278) ha resumido esta invisibilización de una forma muy clara a partir de las relaciones que se producen entre las literaturas que conviven en España:
El sometimiento a una literatura mucho más fuerte que suelen resaltar los autotraductores gallegos se inscribe dentro de aquella tercera dimensión, de índole sociolingüística, que más arriba decíamos que tiene la autotraducción, al lado de una primera dimensión traductológica y de una segunda dimensión de orden estético. En ese sentido, es preciso fijar con claridad una distinción importante. En efecto, cabe considerar la autotraducción como el producto de la capacidad bilingüe de un autor individual. Ahora bien, en el caso de los autotraductores gallegos hay que tener en cuenta que se trata de la operación de trasladar una obra entre las dos lenguas de una misma sociedad, por lo común desde la más frágil a la más poderosa. Dicho de otro modo, el autotraductor gallego es bilingüe pero no exófono, esto es, desarrolla su labor no a nivel individual, sino en el seno de una comunidad también bilingüe en la cual existe un desequilibrio social entre las dos lenguas que comparten idéntico espacio geográfico.
A propósito de la autotraducción, en otros trabajos ya argumentamos que funciona en el Estado español algo así como una ley de la gravedad que hace que el centro atraiga a la periferia con una fuerza difícil de resistir (Dasilva 1999, 2002). Esta tendencia centrípeta genera dos actitudes asimétricas de consecuencias visibles en la actividad traductora. Por un lado, desde el centro no se ve con buenos ojos que los textos escritos en castellano sean traducidos a las otras lenguas del Estado. Por otro lado, la voracidad del centro exige que los textos en gallego, catalán, vasco y asturiano no solo sean traducidos, sino que se presenten como originales, para lo cual se considera que la autotraducción es la vía óptima a fin de asimilarlos.
Por lo tanto, desde una perspectiva sociolingüística resulta inexcusable poner de relieve que la autotraducción en el Estado español entraña dos consecuencias. La primera es la fagocitación que desde el centro se practica de las obras autotraducidas, difuminando el perfil lingüístico de no pocos escritores periféricos. La segunda consecuencia es el hábito de que el castellano se convierta en lengua puente al transportar las autotraducciones a otras lenguas, propiciando la imagen de que el público recibe un producto literario que no fue escrito originalmente en gallego, catalán, vasco o asturiano.
Esta invisibilización puede provocar otra consecuencia asociada, ya apuntada por Dasilva: la traducción puente. George Steiner (1978: 365) afirma: «Traduis dans une langue d’influence mondiale, certains textes rédigés dans des langues d’audience réduite s’élèvent au rang de force universelle». Según este postulado, la autotraducción puede suponer no solo luchar y tener opciones de conquistar una literatura dominante y con gran mercado, sino que esta autotraducción también visibiliza la obra y el autor ante otros sistemas culturales, desconocedores del sistema literario de origen. Si esta visibilización se da solo en el texto autotraducido, es frecuente que el sistema literario que se interese por la obra y el autor lo haga como miembro del sistema literario dominante, lo que se agudiza si la autotraducción se presenta como original en este sistema.
Esto supone que las traducciones a terceras culturas se hagan desde la versión autotraducida, tal como explica Julio César Santoyo (2010: 377-378) en el caso de las diferentes literaturas que existen en España:
No sólo las traducciones al castellano abren a los autotraductores gallegos, vascos, catalanes o asturianos un mercado nuevo, a este y al otro lado del Atlántico, mucho más amplio que el de su propio ámbito lingüístico. Ello arrastra una consecuencia no elegida, pero innegable: las traducciones a terceros idiomas suelen hacerse así desde la autotraducción castellana, no desde el original.
Esta opción puede ser legítima, e incluso necesaria, para los autotraductores que siguen un verdadero parcours literario en su autotraducción. En estos casos, la autotraducción se convierte en una evolución de la obra dentro de la continuidad de su vida literaria. Desgraciadamente, este no suele ser, sin embargo, el motivo, sino sencillamente el absoluto desconocimiento de la lengua y la cultura de origen por parte de las otras culturas, lo que se acentúa con este tipo de actuaciones perversas por parte de las editoriales de la cultura receptora de la autotraducción.
En definitiva, si la traducción a una tercera cultura se realiza a partir de la obra autotraducida, considerándose esta como la original, se produce una doble invisibilización de la cultura dominada, lo que deja esta cultura en una situación todavía más dramática. Ur Apalategui (2004: 88), por ejemplo, saca a relucir esta situación en la literatura en euskera a partir del caso de Bernardo Atxaga.
Conclusión
La parte exclusivamente literaria de la autotraducción es seguramente la más relevante e interesante del proceso y el resultado de la operación autotraductiva, y de ningún modo debería dejarse al margen u olvidarse en beneficio de otras consideraciones. No obstante, y sin contradecir lo que se acaba de apuntar, llegados a este punto parece evidente y fundamental no tratar la autotraducción como un mero problema literario individual.
Las circunstancias políticas, sociales y culturales que envuelven la autotraducción, así como la posición que adopta el autotraductor respecto a ellas, condicionan en mayor o menor medida su tarea. Es obligado, pues, tener en cuenta las circunstancias «ambientales» y personales que afectan al autotraductor a la hora de valorar la autotraducción, tanto a nivel individual –del texto y del autor– como colectivo –de los sistemas literarios implicados.
En la autotraducción intraestatal estas consideraciones contextuales son mucho más necesarias por las estrechas, y a menudo conflictivas, relaciones entre los sistemas literarios y culturales implicados. Las posiciones asimétricas –sociopolíticas y sociolingüísticas– de las comunidades implicadas acentúan la necesidad de poner el foco en las condiciones en que se desarrolla la autotraducción y en cómo se presenta y se recibe.
En definitiva, y estrictamente relacionado con todos los conflictos latentes y evidentes que hemos desarrollado en este artículo, el gran problema de la autotraducción intraestatal es el difícil encaje de los sistemas literarios en contacto, tan cercanos y tan lejanos a la vez, amigos o enemigos íntimos según las circunstancias.
Notas
1 Este artículo forma parte del «Grup de Recerca Consolidat de la Generalitat de Catalunya 2009 SGR 194».
2 Véanse a modo de ejemplo Cerrato (1999), Collinge (2000), Fitch (1998), Montini (2007) o Sardin-Damestoy (2002), sobre Beckett, y Alhambra (2005), Besemeres (2000) o Oustinoff (2001 y 2004), sobre Nabokov.
3 Sobre esta última obra, véase Subirana (s. f.).
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