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Europa. El somni i la realitat / Josep Mª Jordán Galduf

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Europa. El somni i la realitat, Josep Mª Jordán Galduf, Valencia, Saó, 2013, 134 pp.

No parece difícil prever que los historiadores del futuro disfrutarán interpretando nuestro tormentoso presente. Sin lugar a dudas constituye un ejercicio inútil –y no sé si divertido– imaginar con mirada de hoy qué pensará la historiografía venidera del liderazgo de la señora Merkel, cómo valorará las recomendaciones, vacilaciones y fiascos del Fondo Monetario Internacional, de la Comisión Europea y del Banco Central Europeo, qué dirá, y qué no dirá, de esas gentes que a muchos nos hielan el corazón cada vez que hablan: Durão Barroso, Mario Draghi, Olli Rehn, Wolfgang Shäuble… O fantasear respecto al juicio que merecerán a esos envidiables historiadores del m-añana las tautologías retóricas de Mariano Rajoy, el desconcierto que atenazó –y hundió– al gobierno de Rodríguez Zapatero, el desarme ideológico y la cautividad intelectual de la socialdemocracia, la deriva neoliberal de los políticos de raíz cristiana –¿cuándo dejó el liberalismo de ser pecado?– o la rara tozudez de esos votantes que una y otra vez han introducido en las urnas papeletas encabezadas por los nombres del cavaliere Silvio Berlusconi o del antes muy honorable Francisco Camps. Dentro de diez, de cien o de quinientos años, ¿hallarán más ruido o más nueces en los diversos movimientos de los ciudadanos indignados?, ¿cuántas páginas dedicarán a Beppe Grillo?, ¿recordarán el sufrimiento que se esconde tras las brutales cifras del paro, tras el empobrecimiento de grandes capas de la población y tras cada desahucio?, ¿qué opinarán de las víctimas, de los beneficiarios y de los gestores de las privatizaciones, las desregulaciones y los recortes?, ¿cómo saldrán en sus papeles la obsesión por el déficit, la prima de riesgo y la voracidad de los mercados?, ¿convertirán la larga crisis que padecemos en la cesura diferenciadora entre dos períodos históricos?, ¿nos verán como los últimos de Filipinas o como los infelices precursores de un mundo nuevo y quién sabe si feliz?

Los historiadores, expertos en las cosas que fueron, tienen la suerte de poder hablar a toro pasado y, por regla general, sin apremios. Cierto es que su perspectiva nace de su hoy y se modifica y se sosiega al compás del incremento del tiempo que les separa de su objeto de estudio. También que ese distanciamiento ayuda a distinguir lo realmente importante de lo que se revela como secundario o accesorio. Reflexionar sobre lo más cercano siempre es potencialmente más conflictivo y perturbador que lucubrar sobre lo más exótico y remoto. Y que el método histórico se ejercita con más serenidad sobre cosas lejanas es algo que ya sabía don Marcelino Menéndez y Pelayo.

Otros estudiosos de la sociedad humana (economistas, politicólogos, sociólogos…), expertos en las cosas que son, sienten en sus carnes la urgencia de anotar y cuestionarse aquello que sucede ante sus propios ojos y de proponer explicaciones razonables. Aunque también pueden –y deben– practicar los enfoques retrospectivos, tienen en el presente su razón de ser y tratan de encontrar en él, armados con el utillaje de sus respectivas disciplinas, orientaciones y respuestas susceptibles de servir para encarar mejor el futuro. Por ello no es extraño que, más allá del mayor o menor esfuerzo que dedica cada cual al tipo de investigación característico de su correspondiente tradición académica, sea frecuente encontrar entre estos científicos sociales –y entre esos otros profesionales de la actualidad que son los periodistas– a devotos practicantes del que podemos llamar el sutil arte del dietario.

Josep Mª Jordán Galduf, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia, es uno de ellos. Y, además, uno particularmente lúcido, pertinaz y digno de aprecio entre sus lectores. Desde hace más de diez años el profesor Jordán ha encontrado en esta forma flexible de escritura un instrumento adecuado para organizar sus pensamientos sobre temáticas bien variadas –económicas en especial, pero no sólo– y someterlos al juicio de un público no limitado al exclusivo círculo de los economistas. Un público lamentablemente reducido, es verdad, dada la cortedad de las tiradas que parece inherente al género (lo que no significa que no existan dietarios que no hayan merecido las mieles del éxito comercial: ¿cómo olvidar, por ejemplo, El quadern gris de Josep Pla?). Pero un público al que las sucesivas entregas del autor no ha dejado nunca ni insatisfecho ni indiferente: los que hemos tenido la suerte de leer Cartes a Judes, Un curs amb Laura, Entre global i local, Del nord i del sud: diari d’un professor d’economia y este Europa, el somni i la realitat que ahora nos ocupa (y que, además de ser accesible en papel, se puede consultar en la red gracias al Centre de Documentació Europea de la UV), podemos dar cumplido testimonio de la destreza creciente con que Jordán cultiva este campo, de la calidad de su obra y de su capacidad para combinar la solidez analítica y la duda metódica típicas del científico con el afán comunicativo, didáctico, exigible al profesor.

Distinguir aquello que podemos definir como dietario de su hermano siamés el diario no es nada simple. En esto, ni siquiera los diccionarios nos ayudan. La inmensa mayoría siguen definiendo “dietario” como el libro en que se apuntan diariamente las cuentas de un comercio y, por extensión, ese tipo de soporte para las anotaciones cotidianas que son las agendas. El dietario es, pues, en origen, el continente. Pero con el tiempo ha pasado a designar también el contenido, es decir, el conjunto de aquello que se ha escrito sucesivamente y en fechas determinadas e identificadas en unas páginas que no requieren ya ni encuadernación. Algo que, es obvio, también es consustancial al diario. En ambos casos nos encontramos, por tanto, ante formas de literatura del yo, en que un sujeto registra sus pensamientos –y, por tanto, autobiográficas en sentido lato– sin que necesariamente ello implique una voluntad de hacerlos públicos (algo que los diferencia, por cierto, de esa otra forma de literatura del yo, de rabiosa actualidad, que es el blog, que no se puede concebir sin unos lectores ante una pantalla que pueden, incluso, interactuar con el blogger). Ahora bien, si el diario es el recipiente de lo íntimo, si en él tiende a predominar la introspección, en el dietario el yo suele desbordarse hasta recalar en su circunstancia externa: el autor se fija más en la actualidad del amplio mundo que le rodea que en las interioridades de sí mismo y de su entorno inmediato.

Si nos preguntamos por qué se escriben dietarios, probablemente la respuesta más satisfactoria deba buscarse en la necesidad que tienen algunas personas de ordenar los acontecimientos cotidianos y no tan cotidianos del mundo en que viven, de observar las conexiones significativas entre ellos, y de fijar en un texto ese trabajo intelectual que es a la vez medio y fin. Escribir, sostiene la historiadora norteamericana Lynn Hunt, ayuda a pensar: es un proceso mágico y misterioso que permite pensar de manera diferente. A su juicio, sólo podemos entender realmente lo que pensamos si primero lo ponemos sobre el papel y luego tomamos una cierta distancia. Y la escritura, decía don Manuel Azaña, es lucha de la inteligencia contra el tiempo. A mi modo de ver, en los dietarios, como en los diarios, se conjuran lo efímero de los pensamientos y el olvido futuro de aquello que en cierto tiempo fue considerado digno de atención.

Y si nos preguntamos por qué se deciden a publicar sus dietarios autores con reputación académica como el profesor Jordán, quizá hayamos de contestar que por un encomiable interés en llegar a un lector no obligadamente especializado y por las posibilidades de proximidad a ese lector implícito que derivan de la versatilidad del género. Al fin y al cabo, en un dietario caben tanto anotaciones de escaso recorrido como auténticos ensayos sobre un tema concreto. En él pueden convivir simples esbozos y proyectos sin pulir con juicios perfilados y sesudas meditaciones. El autor puede mostrar la evolución de sus ideas, replantearse temas ya tratados o reutilizar materiales que han tenido otro uso. Puede tirar de un hilo principal, añadir o no nuevas hebras y no tener miedo a dejar cabos sueltos. Puede hacerse preguntas para las que no siempre tiene respuestas y hacer partícipe al lector de sus certezas y sus perplejidades.

La línea argumental de este último dietario del profesor Jordán es fácil de hallar. Se exhibe en el mismo título del libro, Europa, el somni i la realitat, y consiste en un conjunto de reflexiones sobre la distancia entre el sueño europeo y la lúgubre realidad de estos últimos años. El registro comienza el 4 de enero de 2010 y finaliza el 5 de diciembre de 2012, aunque se añade un epílogo sin fecha. En medio, un borrascoso trienio de profunda crisis económica y social que agrieta y amenaza con derrumbar un inmenso edificio, la Unión Europea, que tantos esfuerzos ha costado levantar y que se descubre construido sobre cimientos tan frágiles como movedizos. El objetivo que guía al autor al tirar de este hilo conductor es doble. Por una parte, procura aportar elementos para una interpretación del círculo vicioso de problemas económicos y sociales que han engullido a Europa, y, por otra, se esfuerza por sugerir vías para poder superarlo.

Para alcanzar esa meta Jordán se vale de un lenguaje claro, accesible, que huye tanto de la vulgaridad como de las oscuridades excluyentes de la jerga académica. Parte de la ventaja de que no ha de demostrar su competencia en la materia: su obra Economía de la Unión Europea, publicada en Madrid en 2008 (y que en 2013 ya va por la séptima edición), constituye el manual de referencia de la correspondiente asignatura en diversas universidades españolas. Por ello suele pensar en el lector y primar la inteligibilidad por encima de las sutilezas. En especial resultan muy interesantes las páginas que dedica a los intrincados problemas con que se enfrenta la gobernabilidad económica de Europa, entre los que descuellan los derivados de la existencia de una moneda única, que nació como un triunfo y ha acabado por constituir una de las caras más oscuras de la crisis, y los vinculados a las dificultades para combinar la austeridad y el crecimiento económico. También merece destacarse el epígrafe dedicado al papel de la ética en la economía global, donde se analiza el actual desorden económico internacional, se comparan los planteamientos socialdemócratas y neoliberales al respecto, y se medita sobre una respuesta ante la actual crisis económica que sirva para construir una sociedad “buena, integradora y eficaz”.

A través de las anotaciones realizadas a lo largo de esos tres procelosos años podemos percibir cómo el ánimo del autor atraviesa unas fases similares a las que por entonces se reflejaban en los más influyentes medios de opinión y a las que vivimos, atribulados y sometidos a crecientes “ajustes” traducidos en recortes, tantos europeos de a pie. Durante muchas páginas, la crudeza de los problemas no ahuyenta por completo la esperanza. “Vamos por el buen camino”, asegura Jordán cada vez que refiere cómo las instituciones europeas parecen haber encontrado una solución –que nunca acaba de despejar los negros nubarrones– a uno de sus múltiples y sucesivos rompecabezas, sea el contagioso peligro que surgió de Grecia, sea el déficit galopante que agarrotó a otros muchos países. Pero poco a poco, y según se debilitan las luces que han de señalar la salida del túnel de la crisis, aumenta la incertidumbre y crece el desánimo: “las cosas no van bien”, se afirma con contundencia en una entrada –la del 20 de julio de 2012– significativamente titulada “vía dolorosa”. La falta de ambición de la Unión Europea, la imagen de división que sus dirigentes y sus burócratas han suscitado, la insuficiencia de voluntad política para afrontar con decisión y solidariamente el futuro, preocupan cada vez más al autor: el feliz sueño de Europa amenaza con convertirse en terrible pesadilla.

Josep Mª Jordán, sin embargo, no es un europesimista desesperanzado ni mucho menos un embravecido profeta apocalíptico. No olvida nunca los grandes beneficios que el avance –errático sin duda– del proceso de construcción europea ha generado antes del estallido de la presente crisis. Y en el epílogo reflexiona con mesura sobre los decisivos retos a que ha de enfrentarse la vieja Europa en los años venideros. El gran desafío de la reforma institucional (¿cómo cambiar las cuestionadas instituciones europeas para reforzarlas, acercarlas a los ciudadanos y eliminar cualquier déficit democrático?), el del desarrollo económico (¿cómo evitar el declive de las economías europeas ante la presión del gigante norteamericano y el creciente empuje de las economías emergentes?) y el de las ampliaciones que se dibujan en horizontes cercanos o lejanos, son analizados con detalle, profusión de datos y pericia. Gestionar esos retos con solvencia puede insuflar un nuevo vigor a un cuerpo maduro pero debilitado. Y para ello es necesario, según Jordán, apostar por un futuro basado en más Europa y en más democracia: todo dependerá, asegura, de la capacidad de los europeos para ser una verdadera unión, con un mayor compromiso compartido.

El hilo europeo no teje, sin embargo, todo el rico tapiz del libro. El mismo título, en sí acertado, es un punto engañoso: al destacar el tema principal se corre el riesgo de minimizar la importancia de los secundarios. Y éstos son múltiples y variados, como corresponde a un dietario, aunque por regla general se relacionan con los intereses del autor como estudioso de la economía. Así, por ejemplo, nuestro dietarista dedica algunas páginas bien interesantes a la “primavera árabe” (el mundo mediterráneo, ribera sur incluida, es otro de los ámbitos en que se ha labrado Jordán su prestigio); o realiza diversas consideraciones sobre diferentes aspectos de la economía española y de la valenciana; o se centra en un marco geográfico mucho más reducido al interrogarse sobre las posibilidades de desarrollo que tiene la comarca de la Serranía (pronto hará treinta años que dedicó a esta deprimida comarca del interior valenciano un libro pionero, Los Serranos, que sigue constituyendo una excelente introducción al conocimiento de unas tierras y unas gentes demasiado olvidadas).

Además, como también suele pasar en los dietarios, abundan las anotaciones diversas, los cabos sueltos, que permiten conocer mejor al yo que escribe. De esta suerte, el profesor Jordán reflexiona sobre sus lecturas, describe algunas experiencias obtenidas en sus viajes que le s-uministran motivo-s para nuevas cavilaciones, o dedica páginas a hablar bien de algunos de sus amigos que sin duda lo merecen (su colega Emèrit Bono, el historiador Ramiro Reig, el polifacético Carles Subiela). Hay que insistir: un dietario es una forma nada ingenua de autobiografía, y ésta nos muestra a un economista informado y cosmopolita, al que pocas cosas humanas son ajenas, y que igual ejerce de profesor visitante en Bruselas que participa en actos culturales en lugares de pocos vecinos como Higueruelas o Alcublas. Un hombre que combina pasión y razón con envidiable equidad.

Hemos comenzado hablando de los historiadores de un difuso futuro. Acabemos con ellos. No sabemos qué pensarán de nosotros y de nuestras cuitas, nuestros miedos y nuestras esperanzas desde la posición que les concederá su atalaya privilegiada. No sabemos cómo nos juzgarán y si conseguirán ponerse de acuerdo a la hora de repartir las responsabilidades en la génesis del actual ciclo depresivo (¿aclararán meridianamente quiénes son los culpables de nuestros problemas?). Lo que sí que estoy seguro que podemos afirmar es que este dietario del profesor Jordán, al igual que los anteriores que más arriba hemos citado, y al igual que tantos otros ejemplos de literatura testimonial, constituirá una buena materia prima para sus trabajos.

Joan J. Adrià i Montolío, UVEG